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Ecuador cambia el chip de América Latina

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Imagen – cientos de manifestantes se reúnen en asamblea permanente en la Casa de la Cultura de Quito. La asamblea se ha popularizado con el nombre de Ágora

La gran prensa se ha apresurado en establecer el mote de «indígena» a los diez días de huelga general que sacuden al Ecuador. La maniobra consta en instalar a las organizaciones indigenistas nacionales, otra vez, como árbitros políticos de la rebelión popular. En el año 2019  fueron estas centrales las que acordaron la continuidad de Lenín Moreno en el poder. La indigenización política latina, sin embargo, parte de bases profundas y se deben al proceso de destrucción cultural de los últimos treinta años de las esperanzas capitalistas en ordenar una religiosidad y una pertenencia propia que se ha chocado contra los principios ancestrales del Amazonas. No es “la clase indígena” ni “la clase campesina” la que se han rebelado, no es ningún ente fantasmal creado por la sociología; son las masas en retroceso civilizatorio, el proletariado indigenizado, un sujeto histórico nuevo en una etapa histórica nueva.

Se ha generalizado el pedido de renuncia del presidente Lasso. Digamos, así, que la Tierra ha dado una vuelta completa al Ecuador desde las rebeliones del 2019. La expectativa de un gobierno derechista y banquero se han disfuminado todavía más rápido que las de la progresía lenin morenista. Incluso la polarización entre sectores diversos del capital ha desfallecido. Ecuador no posee otra salida política más que el golpe de Estado militar o la revolución socialista. Es lo que han acordado los sectores internos en puja, primero, entre la distribución petrolera y, segundo, por los intereses “geopolíticos internacionales” como gustan llamar los medios a los posicionamientos sobre la guerra mundial. Lasso es denunciado por ser “otra veleta”, digamos, otro “desorientado” como Alberto Fernández porque ha acordado la producción en masa de hidrógeno verde con inversiones alemanas en un país selvático pero a su vez es el riñón duro de la producción petrolera y su mercado con Norteamérica el que lo ha elevado políticamente. Un sector oficial del parlamento acusa explícitamente a la Unión Europea de provocar la revuelta. Los medios aprovechan para internar convertir la rebelión en un episodio político de la guerra internacional, la cual se vuelve a demostrar como el ABC de la política mundial.

El vacimiento público de la República ecutoriana alcanza niveles que transforman lo cuantitativo en cualitativo, se ha desintegrado, digamos, la base industrial del proceso de desarrollo histórico de su economía. No se extrae petróleo para una nación en parate industrial de décadas, la maquinaria energética se ha amortizado a niveles acelerados, desde el 2006 que Ecuador sufre una fuga de capitales que supera en creces al de toda su historia.

El retorno a escala de la producción agraria motivó el ascenso de una burocracia indígena como dirección de un movimiento heterogéneo pero organizado del pueblo en acción. Aunque esta capa dirigente es también ella misma fruto de una génesis contradictoria, por un lado, del caudillaje popular contra la reciente (tres décadas) servidumbre semi esclava del pueblo indígena y, por otro, de su asunción como eslabón de la organización productiva del capital. Es el desarrollo típico de un país «bananero».  Si se observa con atención a los procesos históricos se verá esta ley como generalísima, a la decadencia del arbitraje hegemónico de las clases dominantes le siguen árbitros sujetos a un pasado glorioso, el retorno a las esperanzas del pasado campestre. Nada nuevo. Fue el socialismo feudal el que motivó nada menos que a Carlos Marx a escribir el Manifiesto del partido comunista. De acuerdo a la poca información filtrada con la que contamos en la Argentina para dar cuenta de los vaivenes del movimiento que sostiene la huelga, el mismo se ha concentrado en apoderarse de espacios físicos particulares de la Ciudad de Quito. El ejecutivo debió ordenar a las fuerzas armadas (con su disgusto y reproche público) el retiro de la denominada Casa de la Cultura que se ha transformado en un centro asambleario de la rebelión para el que se han designado delegados entre los cuales se destacan trabajadores de la salud, del petróleo y desocupados. La burocracia indigenista compite en la asamblea con textos propios pero se ha visto obligada a tomar entre sus “10 puntos centrales” todos los votados en mayoría. Pero la Confederación omite la exigencia de la renuncia de Lasso así como recula en colocar la expulsión del Fondo Monetario del Ecuador en nombre de una “renegociación y condonación de deudas”. Pero la deuda ecuatoriana es impagable, ya en 2019 Lenin Moreno fue vanguardia, digamos, a lo Guzman, de renegociaciones que se esfumaron en semanas. La rebelión se levanta contra un giro histórico del capital financiero en apretar las clavijas de los proletarios nacionales, una “reforma social” a lo grande. Ecuador es la la gestación del placebo de una nueva América Latina que nace en el 2022.

Maxi Laplagne