diario obrero

La peste | San Cipriano de Cártago 1 – 87

La peste | San Cipriano de Cártago 1 – 87

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Fragmento perteneciente a la obra cristiana De Inmortalitate del 259 después del nacimiento de Jesús.

Queridísimos hermanos, si bien la mayor parte de ustedes tiene una voluntad decidida, una fe firme y un ánimo fervoroso, que no vacila ante la mortandad que está causando la peste actual, sino que más bien como roca firme y sólida rompe los
violentos embates del mundo y las encrespadas olas de la vida terrena antes que ser destrozado y vencido, porque está puesto  a prueba por las tentaciones, sin embargo, como observo en el pueblo a algunos que, por debilidad de espíritu o por insuficiencia de fe (…) vacilan sin fortaleza y no dan muestras de un vigor invencible y divino, no debía disimular ni silenciar esta situación sin reprimir con toda energía, en la medida que lo permite mi poquedad, con palabras sacadas de las enseñanzas
del Señor, la cobardía de estos espíritus débiles (…) Hay algunos que se turban por el hecho de que la enfermedad de esta epidemia golpea por igual a nuestra gente y a los gentiles. ¿Acaso el cristiano ha logrado la fe para verse inmune de los males y disfrutar de la felicidad de este mundo, como si no estuviera destinado a la felicidad de la otra vida sin haber sufrido aquí muchas adversidades? Se extrañan algunos de que nos sea común con los demás esta peste. Pero, ¿qué hay en el mundo que no nos sea común con los otros hombres, cuando somos de la misma carne que los demás conforme a la ley de nuestro primer nacimiento? (…)

Que pierdas todas tus propiedades, que sufras continuas enfermedades (…), que pierdas a tu mujer por su triste fallecimiento, a tus hijos, a tus parientes, todas estas desgracias no deben llevarte a tropezar, sino a luchar; ni deben debilitar ni quebrantar la fe de un cristiano, sino más bien ha de revelarse su virtud en la lucha (…) En esto , por tanto, está la diferencia entre nosotros y
los demás que no conocen a Dios: ellos se quejan y murmuran en las adversidades, y a nosotros estas no nos apartan de la verdadera fortaleza y fe, sino que nos robustecen con el sufrimiento. Este flujo incontenible del vientre que destroza las fuerzas del cuerpo, la fiebre radicada en lo profundo de los huesos y que enciende las inflamaciones de la garganta, los repetidos vómitos que revuelven los intestinos los ojos inflamados por el flujo de la sangre, (…) todos estos males contribuyen a probar nuestra fe. (…) Es verdad que muchos de los nuestros están muriendo en esta peste; esto quiere decir que muchos cristianos se están liberando de este mundo. (…) Vean como las vírgenes mueren en paz con seguridad y gloria, (…) los niños están superando los peligros de la edad insidiosa y se acercan felizmente al premio de la castidad y la inocencia; la delicada señora no teme ya los tormentos, ahorrándose con una muerte rápida los temores de la persecución y la fiereza y crueldad del verdugo. (…)

¿Qué significado tiene todo este suceso?, ¿qué oportuna y necesaria ocasión es esta epidemia y esta peste, que nos parece tan terrible y mortal, para poner a prueba la rectitud de cada uno y discernir las intenciones de los hombres, esto es si los sanos ayudan a los enfermos, si los parientes aman de verdad a sus familiares si los amos tienen piedad de sus esclavos enfermos, si los médicos atienden a los pacientes cuando son requeridos, si los violentos reprimen su ira, si los avaros apagan la insaciable sed de su codicia al menos por temor a la muerte? (…)Aunque esta peste no traiga consigo ninguna utilidad, prestaría un gran servicio a los cristianos y a los servidores de Dios con solo hacerles temer la muerte. Todo esto es para nosotros ejercitación, no destrucción. (…) Quizás alguno presente la siguiente objeción: A mí lo que me molesta en la presente epidemia es que yo, que me había preparado para confesar mi fe sufriendo el martirio y me había entregado de todo corazón y con total decisión a él, me veo privado del mismo con una muerte anticipada. En primer lugar, hay que decir que el martirio no está en tu poder, sino que se trata de un don de Dios. (…) En segundo lugar, Dios, que escudriña el corazón y las intenciones, y conoce y ve en lo oculto advierte, celebra y aprueba tu decisión, y Él, que observa tu valor dispuesto al martirio, te otorga el premio por tu mérito.