El miedo al oponente hace varios meses que rige varios de los principios políticos de la tendencia del Partido Obrero. Quien escribe lo sabe de memoria, valen más los prejuicios de Fernando Ramal que la tenacidad política, más los tweets de Gabriel Solano que la trayectoria revolucionaria. El mismo miedo ha vuelto tabú algunos temas. Por ejemplo, el miedo a considerar “democratizante” una campaña por superar las PASO ha hecho que se desarrolle una campaña electoral casi entera sin hacer mención al problema. Lo peor es que esto es un acting a los ojos de cualquiera. Es el mismo Altamira que bien desarrolló la campaña digitada por Jorge Rial en el año 2011. En fin, el problema electoral principal de Política Obrera es hoy por hoy superar las primarias y la pregunta es cómo. El resto es abstencionismo o peor, un desvío natural, es decir, hacer campaña sin saber con qué objetivos concretos: todo lo que rechaza un obrero agotado de su labor.
Como la verdad es revolucionaria hace falta claridad frente a la masa. Si se observa bien, todas las fuerzas políticas tradicionales de la Argentina están en un retroceso inocultable, lo que ha valido como contraparte el crecimiento del abstencionismo, por un lado, y de los Milei del otro. Se trata de un fenómeno recurrente en la historia política y su marca de agua es la caída abismal de las expectativas sociales en el capital financiero. Históricamente, éste ha servido como palanca política de la gran burguesía para atraer de su lado a las capas medias de la sociedad porque ha desarrollado un aparato burocrático del cual careció por completo el capitalismo industrial originario. La tecnificación del mercado mundial ha impulsado en su primer estadío un aumento colosal de la formación administrativa; a su manera ha puesto a disposición de la masa estudiosa la posibilidad de llegar a formar parte de él. La proliferación de carreras universitarias dedicadas a la ingeniería, la contaduría y un sinfín de ramas comerciales ha elevado profesionalmente a una capa media de la sociedad a la vez que ha revolucionado la división social del trabajo. Incluso bajo intereses capitalistas, la ciencia se vio obligada a progresar.
Pero un crecimiento inconmensurable y carente de planificación da por resultado la proliferación de las contradicciones internas sin previa solución. Al regirse por la ley del lucro y no por la de la ampliación técnica, el mismo capital se ve obligado a vomitar sus recursos, lo cual trae como consecuencia el derrumbe no sólo de su capa profesional sino de todo el sistema comercial que le sirve de complemento. La pequeño burguesía asiste a la peor crisis en la historia de su mísera existencia y saca por su cuenta las conclusiones de la decadencia. En ese marco, la estrategia típica suele ser nacionalizar los grandes problemas históricos, “hacer grande a América otra vez” o culpar como un loro a “todos los gobiernos argentinos desde el año 45”. Al ubicar la historia estatal nacional como el dique de contención de la proliferación financiera, surge el ataque a la tecnificación estatal, entre ellas, a su educación pública. En ese contexto histórico debe leerse la difusión de Patricia Bullrich del video de la docente kirchnerista. Bien visto, es una política declarada de guerra civil que agrieta a la sociedad argentina entre intereses opuestos. Asistimos a días de profunda deliberación política que deben ser explotados por los revolucionarios.
Como toda política de respuesta bélica, la respuesta revolucionaria parte de la defensa y se transforma en ofensiva en el mismo proceso de desarrollo. Bien mirada éste ha sido el método por excelencia del movimiento estudiantil revolucionario en las últimas dos décadas, defender contradictoriamente una educación pública que conocemos al servicio del gran capital. El anarquismo porteño de principios de Siglo careció de un programa de defensa nacional y sirvió en bandeja la iniciativa política al radicalismo “antisistema”, el que denunciaba el fraude de la infamia oligárquica y se abstenía de votar. Lo mismo hizo el Partido Comunista que de tan antiestatal se volvió gorila y acabó por apoyar a la Unión Democrática. Por fin, lo mismo hizo la izquierda que se negó a exigir la salida de Macri y una asamblea constituyente en nombre de atacar las bases nacionales de la opresión.
Es la defensa proletaria contra los planes del imperialismo la única que rompe el velo de las masas o, al menos, así ha funcionado la revolución en nuestro país en todos sus grandes hitos: 1810, 1890, 1918, 1969 y 2001. Por supuesto que esto ha sido llevado al ridículo por varios izquierdistas, los «nahuelmorenistas», por caso, se pasaron al bando de la revolución nacional. Pero no es lo mismo ofensiva nacional que defensa, lo cual comprendió perfectamente Lenin cuando convocó a la pequeña burguesía rusa a tomar y sostenerse en el poder. El obrero ha construido su propia nación a lo largo de los Siglos, la cual ha dado por resultado una educación pública de calidad, quizá la más avanzada del continente y convenios colectivos de los más ricos del mundo. Transversalmente, su defensa pone en juego a la base política del peronismo, la cual llamamos a “saltar el cerco” porque polariza la agenda política con los magnates de Wall Street. Correrse de este eje es no ver con ojos claros las tendencias políticas revolucionarias del continente. Ni Pedro Castillo ni el PC chileno se han propuesto empezar la historia desde cero. Por ahora, a decir verdad, la campaña electoral de Política Obrera no ha llamado la atención de nadie.
Otra cuestión es la creatividad política, la cual se ha manifestado inexistente, por supuesto, en todas las fuerzas políticas, por no decir que ha sido un retroceso artístico. El arte, como se sabe, se manifiesta de formas infinitas, en política, sobre todo, en la acción. Una acción foquista con objetivos revolucionarios logra potenciar por un momento las condiciones de propaganda, dígase, apedrear el Ministerio de Desarrollo Social planificadamente, tomar la sede de la CGT o la propia Casa de Olivos del cumpleaños de Fabiola ponen a su ejecutor en el centro de la escena política.
Finalmente, como la tendencia del PO desde su origen, la campaña ha carecido de convocatoria a la deliberación popular. Los dirigentes se han encerrado en plenarios privados y reuniones de rutina cuando, bien mirada, por ejemplo, las condiciones sociales de la Ciudad de Buenos Aires son muy similares a la Revolución de 1810, esto es, la desintegración de un régimen de gobierno que dio a luz a una vanguardia que tomó en sus manos la tarea de incrustarse entre la masa. Un cabildo abierto en Plaza de Mayo que vote una estrategia para rematar quince días de campaña electoral es una tarea que se cae de madura.
Maxi Laplagne