diario obrero

20 años no son nada

20 años no son nada

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Escribe Maxi Laplagne |

Mucho y nada de mucho, así, la filosofía medieval sabía jugar entre las contradicciones del ser, el tiempo y el mundo circundante. En apenas dos décadas de desarrollado el mayor suceso democrático de la historia argentina, todavía, el argentinazo  desmembra las relaciones sociales de nuestro país, ni hablar, de las fuerzas políticas en pugna.

Quien relajado por la calle camina tiene difícil la tarea de observar entre tanta calma las leyes de la sociedad. Tiene la obligación el activista de vivir su propia vida para penetrar en la comprensión del mundo, a veces, no tiene más que inducir de su vida particular los pareceres de la sociedad. Lo llevo ello a optar por un trabajo, un estudio, un camino particular en el que se imbuye en los mares de lo real. En realidad – valga la redundancia -, el método inductivo de la ciencia ha sido la gran revolución de la modernidad, la que permitió a Lenin a partir de sucesos aislados elevar la conciencia de un partido injertado en los riñones del pueblo ruso. Un partido obrero es él mismo un tamiz de la inducción pues procesa experiencias diversas para extraer conclusiones comunes. El activista que en paz camina por las calles de Baires se eleva al plano de los descubrimientos haciendo de su experiencia individual el aporte al héroe colectivo.

La crisis social no es un esquema, una estructura rígida, al contrario, se vuelve crisis el entrelazamiento de sucesos dispares marcados por las contradicciones entre la forma en la que se desarrolla la vida cotidiana y las posibilidades sociales. La caída general de la tasa de ganancia dibuja el proceso de átomos infinitos. Se vuelve tragedia familiar un incendio en un barrio popular en el que mueren cuatro niños e intendentes de Berazategui se rasgan las vestiduras poniendo plata para el funeral, lo mismo que los directivos de la gestión educativa difunden las fotos de estudiantes desaparecidas o asesinadas. En la suma de calvarios a la vista los sujetos extraen las conclusiones de la debacle, la impotencia de estar obligado a colgarse de los cables e incendiar la propia casa o la barbarie psíquica que lleva a un joven de quince años a asesinar a su novia.

En las sociedades antiguas la diferencia entre lo público y lo privado simplemente no existía para los asuntos políticos porque el bienestar del individuo, del hogar y de la familia dependen estrictamente del desenvolvimiento de la sociedad. Fue la conciencia de ello lo que hizo emerger los primeros sistemas políticos, el senado romano, por ejemplo, sólo se constituyó bajo presión de la plebe al comprobar que bajo la anarquía la recién fundada Roma caminaba al asedio por parte de las ciudades vecinas.

El argentinazo ha caminado por caminos diversos entre la conciencia de la masa. Por momentos la burguesía llegó a creer que  el “rechazo a la política” podía gestar las bases del fascismo argentino, una distopia que se vino abajo en el Puente Pueyrredón. Quizá, la única virtud de la clase dirigente argentina fue comprender (para su interés) que el país viraba a la izquierda, intentaron una reconstrucción del peronismo pero esta vez ofreciendo puestos en negro en el Estado en vez de aguinaldos, el kirchnerismo no pudo jamás convertir a la clase obrera en la columna vertebral de su sistema político porque, al contrario, el 2001 inauguró en nuestro país las bases para la individuación del pensamiento proletario y por ende la capacidad de organizarse bajo banderas propias. El argentinazo dio por resultado un movimiento inédito en la historia latinoamericana porque ofreció una nueva dinámica a los sindicatos y centros de estudiantes, ahora siempre acuciados por activistas dispuestos a enfrentar a burócratas, patrones y rectores. Quien se predisponga a hacer una historia general de la clase obrera de las últimas décadas se ve obligado a enfrentar dos líneas perpendiculares, por un lado, el derrumbe del sistema político y, por otro, una transformación para siempre en la consciencia de la masa, nuevas camadas de obreros dirigentes en fábricas, dependencias estatales y universidades, un poder paralelo que los punteros intentar usurpar entre las barriadas y un debate INCESANTE entre infinitas variantes de la política popular que ha hecho parir partidos, fracciones, periódicos, revistas, centros culturales, locales y hasta rutinas históricas intocables como los 24 de marzo o los intentos en cada diciembre por romper el statu quo y convocar a la masa a repetir diciembre del `01.

Si se mira bien ese proceso es el que, en definitiva, mueve la política cotidiana que se sella entre las paredes de la Rosada y los bancos de la City. El capital financiero muere de impotencia porque es la organización (muchas veces simplemente existente, ni si quiera consciente) de la masa la que frena una y otra vez planes de avanzar contra una masa que se ha apoderado – en partes – de la cultura nacional. No existe en la Argentina ningún sector de las clases dominantes con ideas  propias para imbuirlas entre el pueblo, apenas si pueden copiar las modas provenientes de los Estados Unidos, la dinámica de vestir de colores las reivindicaciones acuciantes de las mujeres obreras o el movimiento homosexual. Toda la creación artística desde el 2001 en adelante ha provenido de las clases populares, la elevación del Maradona de Fiorito a la figura de un dios, el trap argento que retumba entre las plazas de la juventud y el arte de la olla popular que la progresía intenta elevar al grado de sacrílego. En ese marco se han gestado las diferentes fracciones políticas que intervienen en las luchas populares y cuyas decisiones se vuelven cruciales para el desarrollo de los eventos. En fin, el miedo de los bancos y los gobernantes es que los nuevos acuerdos con el Fondo Monetario obliguen a la masa a sacarse de encima a otro gobierno porque la miseria se vuelva – como ya lo es – intolerable.

La generación forjada bajo las últimas décadas de transformaciones sociales en la Argentina ha sufrido la bitácora del declive de las condiciones de vida, la pérdida de salario y de puestos en blanco. Han crecido la delincuencia y las formas de vida que trastruecan los ideales morales de la sociedad occidental, se han vaciado las bibliotecas, los museos y las escuelas se ven despobladas, tristes y con jóvenes hostiles a las paredes que lo encierran. Las salidas culturales al cine y al teatro han finalmente forjado una división tajante entre las clases populares, lo mismo que las ceremonias festivas, prohibitivas para la argentina sumida en la pobreza de las villas miseria. Del otro lado, en las condiciones en las que vive, el individuo sumido a la sociedad que lo oprime hace su vida, sonríe, se enamora, se organiza, sufre, se alegra, saca conclusiones y las eleva al plano de lo divino, esto es, la belleza de las clases sociales conscientes de su camino histórico, el noúmeno del que los medios no se animan a hablar.

Veinte años de las piedras que pintaron de luz la City porteña aún perduran entre el inconsciente colectivo de un pueblo que ha progresado a su manera, sí, pero siempre bajo su propia égida y su propia voluntad. Es gracias a la gesta heroica de nuestro pueblo que aún brilla entre las manos de quien escribe la voluntad de que las letras eleven la consciencia revolucionaria internacional. Hacer del pueblo movilizado una clase social con tareas claras el es desafío en proceso guste o no a los espontaneístas de todos los tiempos.

Fuera el FMI.