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Artigas y Grabois, el agua y el aceite

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Escribe Cata Flexer

Juan Grabois, dirigente de la UTEP y aliado del papa, funcionario sin cartera del gobierno nacional, protagonizó un episodio singular en las últimas semanas. Trató de hacer de la disputa dentro de una familia de la oligarquía argentina (los Etchevehere) un choque por la propiedad de unos campos, sobre los cuáles se proponía iniciar el mentado “Proyecto Artigas”. El hecho de que los inicios de la supuesta reforma agraria se diera a través de meterse en una disputa sucesoria ya da cuenta de que no hay ningún tipo de intento de transformar el régimen de propiedad de la tierra, que en la Argentina es plenamente capitalista hace dos siglos, más o menos para la época en que Artigas ponía en marcha el “Reglamento provisorio para la Provincia Oriental para el fomento de la Campaña y la seguridad de los hacendados”, un plan de reparto de la tierra que convertía en propietarios a “los más infelices” como dió a llamar a criollos pobres, negros libertos, castas e indígenas, es decir, a las clases bajas de la sociedad colonial. Vamos a ver qué proponía uno y otro y lo que significaba históricamente la propuesta.

Artigas y la revolución burguesa

Artigas, fue el comandante de las milicias de la Banda Oriental (así se llamaba la provincia del Virreinato del Río de la Plata que hoy es Uruguay) que enfrentó a los realistas en este territorio en la primera década revolucionaria. Luego de que en Mayo de 1810 el Cabildo de Buenos Aires expulsara al virrey Cisneros, instaurara la Primera Junta y ésta formara las primeras expediciones contra los bastiones realistas, en Montevideo el gobernador Elio se mantuvo en el poder y los realistas mantuvieron este puerto hasta 1815. Pero Artigas logró levantar a toda la Campaña (como se llamaba al campo) y mantuvo durante años sitiada Montevideo. Artigas defendía un programa de independencia inmediata de todas las potencias, muy lejos de los planes de los gobiernos que se sucedieron en Buenos Aires, que negociaron entre otros con Portugal la ocupación de la Banda Oriental. Las diferencias con Buenos Aires no se quedaban ahí, porque Artigas, como Moreno y Castelli, defendía un programa de reforma social, que incluía la liberación de indígenas y castas, por un lado y el reparto de la tierra por el otro, así como la conformación de un mercado nacional. El federalismo de Artigas nada tiene que ver con Rosas y el caudillismo de las décadas siguientes. La autonomía de las provincias, en un estado federal republicano, estaba ligada en este programa a las transformaciones sociales y económicas: el centralismo de Buenos Aires se apoyaba en cambio en los ingresos de la Aduana, por lo que promovía el ingreso de comerciantes y productos ingleses, antes que el desarrollo de la producción (incluso la ganadera). 

¿En qué consistía el Reglamento de Artigas? Finalmente en 1815 los orientales logran tomar Montevideo (y además derrotan al Directorio) por lo que hasta la invasión portuguesa de 1816 Artigas gobierna la provincia y lleva adelante su programa, reflejado en este reglamento. Se trataba del reparto de tierras, que habían pertenecido a los emigrados o que el gobierno realista de Montevideo había malvendido en los últimos cinco años. Éstas eran expropiadas y repartidas como estancias a todo aquel que quisiera trabajarlas, priorizando a familias o viudas con hijos, pero abarcando a todo el sector desposeído (no se podía acceder a estas tierras si ya se poseía otra estancia o chacra). El objetivo, esto puede llamarnos la atención, no era el desarrollo de la agricultura (familiar o comercial) sino la ganadería: junto a la tierra se entregaban cabezas de ganado y los instrumentos para marcar el ganado, al tiempo que se prohibía la venta de cueros no marcados. Se trataba de un intento de terminar con una actividad totalmente antieconómica y antiproductiva: la caza de ganado que se encontraba libre (recordemos que los alambrados son una novedad de la década de 1830) para sacar su cuero y venderlo a comerciantes exportadores, sin aprovechamiento del conjunto del animal y sin preocuparse por su reproducción. Artigas busca entonces crear una sociedad de productores pequeños y medianos para el mercado. Uruguay ya tenía, desde antes de la Revolución (a diferencia de Buenos Aires) varios saladeros. Rath y Roldán dicen en su libro La Revolución Clausurada: “Como se ve se trataba de un completo programa agrario revolucionario adecuado al momento por el que pasaba la campaña oriental. Su punto de partida básico es satisfacer las ansias y necesidades del sujeto social protagonista de las campañas revolucionarias (…) de protagonistas del movimiento revolucionario se convirtieron en sus beneficiarios. El objetivo es transformar a toda esa población en pequeños hacendados (…) una economía de base ganadera masiva. (…) Es claro que no es lo mismo un tejido social basado en pequeños hacendados y una industria saladeril en desarrollo que una oligarquía latifundista (…) existía la base para un mercado interno” (Rath, C y A. Roldán, La Revolución Clausurada, Buenos Aires, Biblos, 2013, pp. 149-151).

La reforma agraria es parte integral de las tareas fundamentales de la revolución burguesa. La revolución inglesa y la revolución francesa tuvieron como protagonistas a los campesinos que luchaban por la tierra contra las fuerzas feudales. La propia Revolución Rusa tuvo que hacerse cargo de las tareas irresueltas por la burguesía, discutiendo el problema de la tierra y entregando la tierra a los campesinos. Los campesinos que lucharon por la tierra no sabían, sin embargo, que en la propiedad privada capitalista se encontraba la conclusión de sus anhelos pero también su fin como clase, al desarrollarse plenamente la diferenciación social entre campesinos ricos que producen para el mercado y se convierten en agricultores y dueños de grandes rebaños de ovejas (farmers), y campesinos pobres obligados a abandonar sus tierras y convertirse en obreros del campo y la ciudad. En el viejo virreinato, las tierras ya habían sido expropiadas a los pueblos originarios, y no existía una clase campesina a quién expropiar o entregarle la tierra, ya que ésta había sido  repartida entre la oligarquía criolla. En este sentido, la propuesta de Artigas representaba una revolución en la tenencia de la tierra. Los latifundistas locales, en cambio, mantuvieron primitivas formas del trabajo de la tierra hasta bien entrado el siglo XIX, cuando la segunda revolución industrial impulsó primero el mejoramiento del ganado y luego el desarrollo agrícola-cerealero. 

El “Proyecto Artigas”

El nombre “Proyecto Artigas” le queda extremadamente grande a un emprendimiento cuyo objetivo es defender los derechos sucesorios de un miembro de la oligarquía. Dolores Etchehevere, hermana del ex presidente de la Sociedad Rural y ex ministro macrista, simplemente está defendiendo su derecho a la herencia, sobre enormes latifundios en los que nunca trabajó. Nada muy diferente al resto de la oligarquía nacional o más lejos aún a los señores absentistas de fines del antiguo régimen. La herencia como derecho, no el trabajo. A estos intereses, Grabois subordinó a un sector del movimiento de desocupados, a quienes lejos de plantear una perspectiva propia, coloca a hacer el trabajo pesado (la ocupación) de la infanta Etchehevere. 

El Proyecto Artigas se proponía (ya han claudicado) utilizar parte de esta tierra (que la dueña donaría) para establecer huertas ecológicas. De esta manera, darían trabajo a sectores desocupados y fomentarían una producción sin agrotóxicos. Ambos objetivos, debemos decir, son reaccionarios y en última instancia una condena para los intereses genuinos del pueblo.

La gran propiedad capitalista agraria es al campo lo que la gran industria a la producción industrial. Hoy la división de la tierra en pequeñas parcelas es, simplemente, antiproductivo, de la misma manera que lo sería proponer destruir las grandes fábricas textiles para volver a producir en pequeños talleres aguja en mano. Hoy existe todo tipo de maquinaria disponible para la explotación rural, así como distintos medios científicamente desarrollados para mejorar las plantas (semillas genéticamente modificadas) y evitar plagas (no sólo herbicidas). La pequeña propiedad, en ese contexto, no puede competir con la productividad de quien puede usar todo el acervo productivo del capital. Ya en la década de 1920, durante el debate de la NEP en la URSS, Lenin y Trosky defendía la propiedad campesina sólo en la medida en que el campo ruso aún no contaba con tractores y maquinaria, lo que hacía la socialización del campo inviable productivamente, pero veían esto como algo transitorio en la medida en que la industria pudiera prever al campo y proponían fomentar el asociativismo: las cooperativas de productores para trabajar grandes extensiones de campo con tecnología. Es el programa también de la Oposición de Izquierda, que más tarde Stalin se va a apropiar y desnaturalizar bajo la forma de colectivización forzosa. 

La pequeña propiedad no sólo es menos productiva y eficiente. Por esta misma razón, es la condena para el pequeño propietario a la pobreza, que se autoexplota para compensar la falta de tecnología y escala en la producción, cuando no explota salvajemente a otros en aún peor condición (como podemos ver en las huertas de los cordones periurbanos de todo el país). La idea de que la pequeña propiedad es más ecológica también es un gran engaño. Para no ir muy lejos, la siembra directa evita la erosión de la tierra mientras que el uso del arado la fomenta. La quema de pastizales y montes es una técnica primitiva que utilizaban muchos pueblos originarios a falta de métodos más modernos para la creación de tierra cultivable, que el capital agrario recurra a la quema en el siglo XXI, habla del agotamiento del capital mismo. 

La lucha por la propiedad de la tierra no está en Casa Nueva
El mismo día que Grabois y compañía desalojaban por propia voluntad el campo de Etchehevere, el gobierno de Grabois desalojaba con una feroz represión la toma de Guernica. Claro está, el vocero del Papa es un defensor de la propiedad privada capitalista y la herencia, pero no de la propiedad individual para que cada familia pueda tener su hogar. Mientras que la paparruchada de Grabois pasará rápidamente al olvido, la gesta de las familias de Guernica se ha convertido en un hito: en un país donde el 25% vive en el hacinamiento (https://1917.com.ar/hacinamiento-pandemia-y-propiedad/), la pandemia ha puesto a todo un sector de la clase obrera más oprimida (desocupatos, sub-ocupados, trabajadores en negro) en el camino de la acción directa para conquistar la vivienda. El proyecto de Grabois ha pasado al basurero de la historia, los vecinos de Guernica a los manuales de resistencia política.

7 respuestas a «Artigas y Grabois, el agua y el aceite»

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