Hay que derrocar al gobierno | Maxi Laplagne

 

Tras varios intentos consecutivos de poder dar en el clavo sobre el tema, el ángulo o la forma que debería adquirir la presente editorial, sólo se me cruza por la cabeza la necesidad que tiene el pueblo en este momento de patear el tablero.

Ninguna fórmula se me vuelve más exacta frente a la actual situación política y no es que no haya intentado ser meditada científicamente una y otra vez. A cada minuto que pasa tomo nota de que un diario, si el mismo se dice obrero y socialista, tiene la obligación de decir las cosas como son y, sobre todo, de ser claro frente al pueblo.

Me aburren las consignas y los análisis repetitivos porque ya nadie los lee. Los medios de la izquierda que pretendían revolucionar el mundo digital se han vuelto obsoletos, básicos, repetitivos hasta el hartazgo. Le cansa al pueblo que le digan una y otra vez lo que tiene ante sus ojos, que la inflación la carcome los bolsillos, que los hospitales están saturados, que la pobreza es récord en la Argentina. El pueblo, en cambio, necesita incentivos que estimulen su creatividad, que eleven su moral y le muestre que puede trazarse un camino propio frente a la barbarie. Nada puede enseñarle más al proletariado que el hecho por excelencia de la libertad: expresar lo que se quiere y lo que se siente, haciendo caso omiso a la opinión pública.

Aún peor que La Izquierda Diario es la saturación vomitiva que producen los grandes medios de comunicación, alejados de cualquier innovación estética, reflejan el pensamiento de una clase social anticuada, carente de chispa y falta de humor. Me aburren las notas gorilas contra el gobierno, pero más asco me dan los titulares de Página 12.

Con basura en nuestros ojos pretenden generar la desmoralización del pueblo que no encuentra razones para elevar su arte y expresar sus pulsiones. Los poderosos del mundo han tomado nota del trastorno en las sociedades que genera la llegada de la peste, tema al que se ha dedicado nuestra revista a estudiar con minuciosidad. Fíjese que los grandes poemas épicos de la historia, los de Homero por ejemplo, se encargan ellos mismos de presentar a las pestilencias como parteras de la agitación que reina entre los pueblos y es que – también ello se ha estudiado en 1917 – al poner en juego la vida humana, la peste moviliza el instinto evolutivo que acarrea al hombre a encontrar métodos que le permitan seguir habitando en la tierra. Y, dígase, no es necesario para ello el peligro de extinción de la humanidad toda, pues además de pujar constantemente por el progreso de la civilización, el ser humano preserva también su propia vida. Ahora bien, la conclusión a la que habíamos llegado agregaba lo siguiente: para evolucionar, el ser humano comprendió en determinado momento del proceder histórico que el cuidado de su vida dependía de los logros que alcance la sociedad en su conjunto. La mitología ha expresado ello mediante la conformación de religiones, como en la Antigua Roma, en las que predomina la fe en la sociedad antes que a algún Dios particular. En nuestra literatura combativa El Eternauta de Héctor Oestherheld se presenta como la metáfora del “héroe colectivo” que salvará a la Argentina.

En definitiva, este periódico pretende dar un salto. Aunque tengo en claro que resulta imposible asumir como propia una tarea de la sociedad toda, la comunicación socialista no tiene otra tarea más que funcionar como la combustión que desencadene los grandes movimientos de la historia y aunque, otra vez, seamos Catalina y yo los únicos que lo alcemos en nuestras manos y lo difundamos en las escuelas de la Capital, las fábricas de la Zona Norte o las veredas de Berazategui, tengo también la consciencia clara de que tarde o temprano los 1917 dejarán de ser la innovación de dos jóvenes convencidos y se transformarán en la regla de una sociedad que vira, lenta pero incesantemente, a conformarse en su propio cerebro.

Al principio del día, tenía pensado que esta columna debería enfocarse en las conclusiones sobre las elecciones del Perú pero, al fin y al cabo, creo que detenerse en los esquemas, otra vez, atentaría contra el espíritu que busco inspirar. Creo que alcanza con comprender que en la Argentina el regimen político es incapaz de crear su propio Pedro Castillo, como se dice, su outsider y que, en cambio, «lo nuevo» sólo podrá tener un germen independiente, esto es, revolucionario. No existe clase social en nuestro país de la que emerjan novedades revolucionarias más que del proletariado en su unión con los desocupados. Nuestro periódico no puede más que intentar buscar su lenguaje para amplificarlo entre la gran masa del pueblo.

Me taladra la cabeza el problema de las elecciones ya que es, sin lugar a dudas, el evento que por excelencia puede romper el velo que separa a la masa de su quehacer político y, sin embargo, será imposible romper la barrera ficticia que separa nuestras consignas del pueblo si nuestra retórica no vira hacia la educación insurreccional. Como todo desafío novedoso, la crisis político pandémica, no podrá resolverse más que con nuevos instrumentos, discursos, diálogos y retóricas que ofrezcan a quien esté determinado a luchar un plan estrictamente trazado de poder.

Ese camino, se sabe, no parte del puro deseo sino de bases alumbradas por la ciencia, de las leyes de la historia que rigen la organización de las sociedades, las cuales demuestran una tendencia incesante a dividir de forma cada vez más pujante la sociedad en dos grandes polos. Y, sin embargo, no se trata de que la gran masa de desposeídos tenga siempre en su cabeza la necesidad de estallar a los representantes de turno, sino simplemente a que la sociedad ingresa en impasses cada vez más profundos, si es por hablar del año 2001, por ejemplo, en el que la desintegración de los de arriba aceleró en horas lo que se había gestado en décadas. El resquebrajamiento de la sociedad capitalista, antes de dividir los polos que se enfrentarán en guerra civil, deshace como un pulóver que se deshilacha todos las relaciones jurídicas que lo sostienen y lanza a la sociedad al caos, ese caldo originario de cultivo creativo que conforma las grandes etiquetas que luego quedan impregnadas en las retinas de la historia, sea, por caso, el Partido Bolchevique de Lenín y Trotsky, los jacobinos de 1789 o la pasión que conmovió a los seguidores de Cristo.

Tarea colectiva, entonces, también se dice necesidad histórica o revolución socialista.
Peste o socialismo es otra formulación correcta.

| Maxi Laplagne