Esa noche sentí como el desgarramiento se devoró mi piel, me encontré fuera del camino.
Demonios llevándose cada parte de mí, ese anochecer del momento, no lo sé. – En el infierno no hay tiempo ni lugar- le dije al diablo -Nunca más vas a tener el goce de poseer mi alma otra vez -.
El diablo me miró destrozada en pedazos por su suelo. Dijo: –
Las noches de desgracia son eternas, mi mundo nunca acaba – mientras se esfumo en neblina.
Ellas tan impuras como yo se destrozaban en llantos a mi nombre, me llevaron pieza por pieza al bosque donde reunieron sangre de monjas para recuperar mi cuerpo, al compás de la luna bailaron desnudas.
No crecí con el drama de padre y madre separadxs, crecí con el drama de violencia.
Camine por el interminable tormento de una película que se vuelve a filmar porque pestañé antes del cachetazo, caminé por vidrios… flaqueé miles de escenas, pero el rumbo era la pantalla grande y quizá criticar desde una caminata era el Martin Fierro que gané siempre por la mejor critica puesta al espectador/a.
Cree miles de tomas desde ángulo inalcanzables, pero ¿qué hago deseando una luna falsa de satélite?
¿Qué debo hacer con las caminatas insultando a la existencia porque según yo «todo es injusto»?
Soy la espectadora que se queda horas sentada en la sala de cine viendo como el mundo se va… intentando encontrar una respuesta a un sinfín de acertijos. La guionista está loca, o quizá, el tiempo la mueve y no al revés.
El mundo no es malo, malo es creer que el mundo es malo, lo terrible es que las personas lo vuelven así.
Quisiera que mis dedos den paz y armonía, pero no es posible dar algo que, acá dentro, no está pudiendo ser.
DISORDER