Un programa para derrotar al fascismo
1. La etapa histórica
La tesis fundamental que se desarrolla en los siguientes apartados indica que aquello denominado comúnmente como fascismo es hoy una tendencia inevitable del desarrollo catastrófico del régimen capitalista. Aunque ha ganado ímpetu en el desenvolvimiento de los eventos políticos actuales, la tendencia se expresa ya desde el pasado reciente.
El fascismo actual se apoya en la miseria social heredada y en el retroceso cultural de la sociedad capitalista para explotarlos. Recluta entre los jóvenes que han perdido perspectivas de progreso social, los adultos arrebatados por la precariedad del trabajo y desarrolla prejuicios históricos que intentan sumir a la población en la competencia por sus medios de vida. Se apoya en la discriminación para desmoralizar a la sociedad. Por toda esta suma de factores la xenofobia se transforma en su bandera.
Lo que actualmente los diarios llaman extrema derecha ha encontrado en el mundo entero un plato servido por demócratas de todos los colores. Obama y Biden bombardeando Palestina prepararon el campo para Donald Trump; antes de que el francés Macrón suba la edad jubilatoria a 64 años, el frente de gobierno español entre los socialistas y PODEMOS la había subido a 67; fueron en Alemania los demócratas cristianos y luego Merkel quienes establecieron la prohibición de endeudarse para gastos sociales y; en el caso argentino, entre Massa, Alberto Fernández y Martín Guzmán prepararon las condiciones financieras e incluso armaron las listas para que se presentara y ganara las elecciones Milei.
Los conglomerados de naciones que intentan aplastar a países más oprimidos no son una novedad de la actual OTAN contra Rusia y Medio Oriente, ya la emergencia del Euro – € – buscó establecer el predominio de Francia y Alemania contra las endeudadas Grecia, Irlanda y Rumania a la vez que acrecentar el control político de Europa sobre el África. Una novedad de la etapa, sin embargo, es el resquebrajamiento de los bloques imperialistas tradicionales, como se manifiesta en el choque de Trump con Europa por el reparto de Ucrania, además del mercado tecnológico y energético de la Europa misma.
La expresión financiera de estos grandes bloques son el Banco Mundial, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario que funcionan como managers de los países más endeudados, estableciendo el ordenamiento que adquieren los regímenes políticos más variados del mundo, desde Sri Lanka hasta la Argentina. En nuestro caso, el memorandum aprobado bajo el gobierno de Alberto Fernández convirtió al FMI en el principal supervisor de las finanzas del Estado.
El sometimiento cada vez más acentuado al capital financiero internacional es la base de la que se parte para analizar los regímenes políticos todos – sin excepción – de las últimas décadas. El sometimiento cuantitativo ha dado sin embargo un salto cualitativo que se expresa en gobiernos autoritarios que pasan por encima de las tradicionales instituciones de la democracia, golpes de estado e invasiones. Así, en Argentina, de acuerdos con el Fondo Monetario aprobados por todo el arco político pasamos a los acuerdos secretos y por decreto. El estado se transforma de esta manera en una sociedad anónima que se sostiene mediante las cotizaciones de la deuda pública.
En general, la deuda pública mundial supera ampliamente el producto bruto internacional, o sea que la producción capitalista mundial debe más de lo que sus propias condiciones técnicas alcanzadas le permiten ganar. Esto indica que estamos frente a la crisis de un sistema de producción y no solo de sus variantes políticas. Se produce para pagar deuda, no para acumular capital y – aunque acumular capital no signifique progresar – tampoco se progresa socialmente. Esto genera, por un lado, un despilfarro sin precedentes de fuerza de trabajo que se expresa en el agobio de jornadas cada vez más extensas en condiciones precarias – uberizadas – y, por el otro, en un crecimiento exponencial de la desocupación mundial. Esta contradicción clásica del sistema capitalista, elevada a números globales, indica la etapa definitiva de las relaciones de producción capitalistas, de la misma forma que al caer el imperio romano los esclavos sudaban sin parar mientras la plebe carecía de perspectivas de vida.
En este contexto de derrumbe, un sector capitalista sueña utópicamente con que el desarrollo de la inteligencia artificial le permitirá eludir costos de mano de obra y acelerar la producción. Sin embargo, las empresas tecnológicas saben que más de cincuenta años de retroceso social generan la imposibilidad de volver a repetir una transformación productiva general como lo fueron la revoluciones industriales de los Siglos XVIII y XIX que partieron desde los progresos de dos siglos previos de desarrollo científico. El CEO de Google argentina afirmó meses atrás que no hay lugar al desarrollo de la internet satelital de mega velocidad en este país por la simple falta de ordenadores para utilizarla. La transformación educativa que pretende orientar a la masa de jóvenes del mundo hacia la ciencia del algoritmo es un fraude en las actuales condiciones de miseria. La expresión más clara de esta contradicción es el giro de las empresas tecnológicas a la fabricación de radares, satélites, drones y armamento para la guerra. La supuesta salvación de la humanidad se transforma de esta manera en su negación. El abaratamiento de costos mediante la robótica no agrega valor al producto por más vueltas que se le pretenda dar al asunto.
Más allá de la estrategia tecnológica, el capital en general pretende continuar viviendo y acumulando a costa de la deuda pública mundial, la cual ha gestado una clase social parasitaria a nivel global que vive del cumplimiento de sus pagos mes a mes, amenazando las condiciones productivas del propio capital. La oligarquía acreedora de deuda ha generado el desmoronamiento de la contabilidad capitalista pues sólo se trabaja a nivel global con números en rojo. La escasez de valor agregado genera las condiciones para el mercado de criptomonedas o los mega fondos comunes de dinero que prestan capital por fuera de las condiciones tradicionales, convirtiendo al sistema económico internacional en una mamushka de burbujas especulativas. Basta sólo la explosión de una de ellas para desencadenar un derrumbe en cadena.
De esta manera, otra vez, como en la segunda guerra mundial, ante la imposibilidad de la acumulación capitalista mediante la producción, lo que se impone es la competencia feroz y, por ende, la destrucción de fuerzas productivas opositoras, mano de obra sobrante y estados independientes. Esto explica la naturaleza de la guerra actual que a su vez explica la necesidad del capital de regimentar a la clase obrera internacional mediante el fascismo.
“Hay que tener cuidado con los logros sobrela naturaleza”, decía Engels doscientos años atrás: “cada escalón subido puede derivar en una caída en picada”. La muestra más atroz de la decadencia del modo de producción capitalista se encuentra en la crisis ecológica global que funciona como la semilla productora de pestes, del envenenamiento de la naturaleza, de eventos climáticos catastróficos y de la destrucción de la ingeniería mundial. El calentamiento global es la base de la debacle de la renta de la tierra pues reduce su rendimiento a niveles precapitalistas – cuando el clima no era un factor previsible y planificable – gestando entre el mercado la persecución de nuevas zonas de cultivo y minería, como se ve de forma clara en la batalla por los terrenos ucranianos. Hace a su vez de motor de la inflación mundial de la misma forma que la guerra y del despojo del medio natural de desarrollo de vida de las sociedades.
Como se ve, nuestro programa trata de explotar la decadencia y contradicción final del régimen social para apuntalar su fracaso aduciendo que solo es posible revolucionar las condiciones de producción bajo la eliminación del lucro capitalista. Por lo demás, las condiciones tecnológicas aducen un mundo de progreso y armonía si nos sacamos ese problema de encima. Las revueltas chilenas del 2019 y los levantamientos que se expandieron por el mundo pusieron en discusión que la época de declive del capital es la época del ascenso de las masas. Nuestro programa plantea transformar las revoluciones de masas en revoluciones socialistas.
2. Un mundo en guerra
a. El retroceso del estado norteamericano
Los países del tercer mundo son incapaces de financiar fascismos por su propia cuenta, comprar burocracias e imponer un régimen de absolutismo personal. El fenómeno que llamamos fascismo representa a escala nacional el fenómeno político que se desarrolla a escala global, lo cual nos obliga a comenzar por el análisis del epicentro de la actual crisis social: los Estados Unidos.
El fascismo del Siglo XX, así como todos los regímenes despóticos de la historia universal, se han intentado consolidar mediante figuras personales, individuos que concentran la suma del poder político apoyado en instituciones de masas. A su vez, los regímenes de poder personal evolucionan en épocas de decadencia. El imperio romano de los césares representó un atraso social, cultural y tecnológico respecto a su antecesor república, anticipó la caída de Roma y con ella la abolición definitiva del modo de producción esclavista. Las monarquías católicas anunciaron la decadencia del régimen feudal.
En todos los casos el poder personal buscó trascender la fronteras propias y extenderse más allá de los dominios. Fue lo que le indicó Aristóteles a Alejandro Magno – como experiencia de la Atenas imperial – si éste no quería perder el poder de Macedonia. Ahora bien, mientras que los regímenes despóticos del pasado requerían de la invasión directa de las naciones para instalar el poder personal absoluto supra fronterizamente, el modo de producción capitalista presenta por su propio desarrollo las conexiones internacionales del mercado mundial que ofrecen las posibilidades de un arbitraje universal de la política. Hitler debía imponerse en la guerra sobre el resto de los estados para arbitrar mientras que la banda fascista de Donald Trump digita los acontecimientos desde su escritorio personal. El desarrollo del trumpismo representa la negación del Estado-Nación moderno a la vez que su máximo desarrollo monopólico en términos capitalistas. En términos del capital, no hay más allá.
Los regímenes presidencialistas se impusieron con retraso respecto de la historia moderna y del capitalismo revolucionario. Subsumen el contrato social de Rousseau al poder personal y resuelven la anarquía civil de Hobbes en la entrega del poder al presidente. Mientras que la revolución inglesa de 1640 inauguró el parlamento, la independencia estadounidense respecto a los ingleses consagró la forma moderna del poder ejecutivo concentrándolo en las manos de George Washington, quien se encargó de ofrecer el terreno ahora nacional norteamericano a los especuladores autóctonos, los sharks states, que se beneficiaron de los créditos del emergente banco de Norteamérica y el reparto de cantidades descomunales de tierras, combinando el latifundio con la mano de obra esclava heredada de la colonia.
Ahora bien, casi un siglo después de consolidado el presidencialismo norteamericano, paradójicamente, el voto de la primera internacional obrera por Abraham Lincoln – “hijo predilecto del proletariado” (Marx dixit) – representó quizá la posición política más lograda internacionalmente de la clase obrera en su historia. Esto demuestra la forma en que los programas revolucionarios se adaptan a las diferentes formas políticas que adquieren las situaciones particulares. La victoria popular – electoral – del abolicionismo dió fuerza definitiva a la victoria en la guerra civil y viceversa. Fue la comprensión descomunal de las leyes de la historia por parte del ejército del Norte, mediante el fúsil industrial en la mano, la que liberó a los negros de sus cadenas y dio fisonomía final a la clase obrera yankee y, por ende, mundial.
Desde la guerra civil en adelante, el progreso estadounidense y su sistema político se desarrollan de forma dramáticamente contradictoria: el capitalismo norteammericano evoluciona al mismo tiempo que declina el capital mundial, que inicia el apogeo del capital financiero y la necesidad de la constitución de gobiernos imperialistas. La esclavitud se abolió pero la burguesía impuso el régimen de trabajo minero importado de Europa, se desarrollaron las telecomunicaciones de una forma sin precedentes, anticipando la internet pero también el seguimiento radar de los ejércitos de las guerras mundiales, la producción de petróleo revolucionó la industria y desafió con nuevos objetivos a la ingeniería mundial aunque anunciando la combustión que generaría las bases del calentamiento global y las guerras de la segunda mitad del Siglo XX.
En el auge del desarrollo capitalista nació el movimiento obrero yankee, llamado siempre por todos sus cuadros en convertirse en capitán de la revolución internacional, de conformar partidos con nombre y apellido y de imponer desde adentro victorias políticas magistrales, rechazando la anexión del norte mexicano – que contó incluso con la complicidad de la propia oligarquía mexicana-, la guerra en las Filipinas, la invasión a Cuba y promoviendo la derrota revolucionaria de su propio ejército en Vietnam. La dinámica del proletariado norteamericano le dio gran parte de su fisonomía al proletariado internacional, innovación y combatividad sin igual debido a las condiciones de oposición en la que debió desarrollarse. Los revolucionarios rusos y alemanes ubicaron a norteamérica ya desde principios de siglo como una preocupación elemental del socialismo. La recuperación de estas tradiciones es una tarea fundamental para la clase obrera mundial y tarea propuesta por nuestro programa.
La clase obrera impuso en los Estados Unidos una transformación cultural radical mediante conquistas obreras de todo tipo en el país del ejército más desarrollado del mundo. El nuevo sujeto histórico modificó las bases de la guerra civil y separó para siempre al proletariado de los capitanes de la explotación capitalista que cerraron un frente histórico de acuerdo al monopolio político entre demócratas y republicanos.
Hoy, la clase obrera pelea en los Estados Unidos por la dirección del caudal tecnológico más potente que haya visto la historia humana, lo cual ofrece una dinámica particular a su desarrollo político que explica el frente de gobierno actual de Trump con Sillicon Valley. Se trata de la guerra por la dominación de la civilización moderna y, por ende, de su transformación en barbarie – esclavismo, guerras y retroceso cultural – o de su desarrollo sin igual mediante el impulso de las masas, el socialismo. La primera expresión de esta dinámica se ha presentado en Twitter, una herramienta con un poder sin precedentes ahora al servicio del fascismo trumpista.
Es así que las contradicciones dialécticas de la historia yankee perviven a su manera en el Siglo XXI donde los descubrimientos recientes de aplicación de inteligencia artificial son fruto de las investigaciones lógicas profundas de los campuses universitarios, lo mismo que la creación de las redes sociales, la internet satelital y la tecnología agropecuaria de los farmers. Si el imperialismo posterior a 1950 pudo aportar algo al mundo, se trata ahora de convertirlo en destructivo.
Todo el mercado tecnológico se encuentra hoy sometido al capital financiero y su crédito. La cuestión del valor de la tasa de interés domina la política estadounidense y más allá: el financiamiento de bancos a la industria y el campo han transformado a Wall Street en un núcleo de dominación mundial. Es su crisis financiera permanente – y la crisis constante es un método de dominación -, derivada de la infinita deuda del Estado norteamericano, – la burbuja especulativa más grande de la historia humana – la que ha hecho colapsar el desarrollo tecnológico y productivo de los Estados Unidos.
Es así que el imperialismo necesita reactivarse a sí mismo y salir del default político y financiero en el que se encuentra, atacando hacia adentro, es decir, desarrollando la guerra civil contra la clase obrera mediante sus conquistas históricas, y hacia afuera, recuperando terreno donde lo ha perdido frente a las economías emergentes, como le sucede en el mercado europeo frente a China. Para ello, se muestra dispuesto a romper toda la legalidad financiera tradicional – ya de por sí fraudulenta en el capital – y todos los tratados internacionales firmados luego de la segunda guerra mundial. Esto explica el carácter golpista de los decretos permanentes del gobierno trumpista, que no deben analizarse en particular sino como tendencia general. Se trata así de la utilización exacerbada del régimen presidencial capitalista.
La guerra contra la ley, contra el constitucionalismo, es una guerra contra el stand by en que el imperialismo percibe que viven las relaciones sociales de clase desde 1950 en adelante. Necesita retrotraer la explotación social, reventar el capital sobrante y adoctrinar a la clase obrera internacional. Se apoya para esto en la propia miseria a la que ha sometido a la clase obrera mundial y a una enorme porción de su propia población.
De esta forma, conjugando cuestiones, como nunca, el problema tradicional del proletariado, de su salario, condiciones y horas de trabajo, pero también de su vida social y cultural, es el primer eje de la agenda internacional. La tarea de los revolucionarios es comprender de qué manera, detrás de la “geopolítica mundial”, se esconde la guerra contra la clase obrera internacional. Se trata de desentrañar entre letras los episodios de la guerra que suma día a día nuevos actores y eventos mundiales.
Que es la explotación social el núcleo que domina la agenda fascista se manifiesta en varios aspectos, uno de ellos, el desplazamiento que Trump apunta de la mano de obra, desde China hacia la India, donde planea junto a Modi – el presidente indio con quien compartió la política de inmunidad de rebaño durante la crisis del COVID – el desarrollo fabril que explote a un ejército de mil millones de indios que sobreviven en las condiciones de vida más miserables. Comparte la idea de la semi esclavitud, además, con la oligarquía rusa, que se sirve de ella en los Urales, la fabricación armamentística y campos de explotación masivos heredados del estalinismo. Retrotraer leyes de garantías laborales hacia el esclavismo es el ideal de Bolsonaro y de la derecha que gobierna junto a Lula en Brasil. Finalmente, la famosa frase de asunción de Trump acerca del petróleo, “cavaremos, cavaremos, cavaremos”, implica la disposición de reventar fondos especulativos en la inversión del crudo, en un recurso último por sacar a Wall Street de su parálisis. Trump agita una crisis de sobreproducción mundial como forma de hacer colapsar e intervenir el mercado internacional.
Entonces, resumiendo en términos de la economía política, Trump pretende representar la revolución del trabajo contra el estancamiento al que ha sumido el capital financiero al capital, lo cual necesita una explicación de suma densidad. Qué explicación: 1) que el capital es consciente de la versión superficial de la teoría del valor aunque la ciencia que desarrolle consiste en disimularla, 2) que necesita transformar los métodos de explotación para luchar por su supervivencia pensando erróneamente que encuentra en la robotización un sustento de salvación, lo cual contradice la comprensión profunda de la ley del valor y 3) que observa en la proliferación de deudas de la sociedad una sumatoria infinita de capitales ficticios que representan un estanco para sus objetivos históricos, incluso aunque su supremacía política dependa de ella. En términos políticos esto representa un salto bélico sin precedentes.
El fascismo actual aprende además del pasado y es consciente de la dinámica política histórica de la clase obrera pretendiendo tomarla por asalto: el natural instinto de odio al patrón, lo desvía hacia el insulto metafísico, la crisis del capital la manipula como crisis de la democracia y la debacle intelectual de una clase social definida – la burguesía – es presentada como crisis de representación parlamentaria.Para un columnista del New York Times “la nueva llegada de Trump representa el mayor desafío de la historia moderna”; y esto es cierto, porque representa el intento final de salvar a una era histórica de la agonía agitando la acción directa de las masas en una época de catástrofes. El fascismo intenta explotar de esta manera, para sí, la crisis internacional de dirección del proletariado.
Sin embargo, Trump pretende un salto bélico en una época de retroceso histórico, retroceso que es aceptado por todo el establishment en general. Volvamos a Roma porque de esto mucho supo: abordar una guerra cosmopolita en la época de declinación no es lo mismo que en la época de ascenso. En su declinación, la sumatoria de frentes de guerras, a Roma le costaron su caída. Las derrotas en Afganistán – donde Estados Unidos “corrió”-, la crisis sin salida en Siria, la imposibilidad de aniquilar aún a Hamás y la parálisis política en Ucrania son apenas los primeros episodios de un ejército en contradicciones, teniendo en cuenta que China no ha participado aún activamente de ninguno de estos procesos y que la clase obrera mundial no ha tomado todavía la cuestión de la guerra imperialista en sus acciones de masas. En la perspectiva de salvar este drama histórico es que se enmarca el presente programa.
b. China no tiene salida capitalista
El gobierno chino ha sido uno de los socios financieros fundamentales durante el primer año de gobierno de Milei. No ha dudado en sostener todos los acuerdos comerciales, dinero en acciones de empresas o fondos de inversión y, sobre todo, el intercambio de divisas con el cual Caputo se sostiene para lanzar bonos negociables. La cuestión argentina es, sin embargo, apenas un cosquilleo para un gigante sin escalas previas conocidas por la humanidad.
La cuestión de la economía china, que desvive a los economistas capitalistas del mundo, suele ser tomada por todos los “especialistas” de forma aislada o hasta excluida de la crisis económica mundial cuando, en realidad, la situación china depende en lleno de la evolución capitalista global. China no es un producto de sí mismo – como para Spinoza dios se creaba a sí mismo – sino del desarrollo del mercado internacional de los últimos cincuenta años. También los dioses son creados por las condiciones sociales en las que se piensan.
Otros pseudo teóricos, en este caso los de la mayoría de la izquierda parlamentarista mundial, se desviven por develar el carácter imperialista – o no – de la nación china. Veamos. Mientras que el imperialismo hace y deshace a piacere según su orientación política en las diferentes naciones del mundo, China tiene su estabilidad atada al desarrollo de la economía mundial y, como consecuencia lógica, de la política del imperialismo. Sólo en el marco del retroceso del mercado estadounidense para con el resto del planeta es que emerge China, no como impulso al desarrollo de los mercados en los que interviene, sino como una sanguijuela que absorbe capital de naciones en decadencia, capital que se apoya en la estructura social creada por el imperialismo. Es este, por supuesto, el caso de la Argentina pero también de la Unión Europea, África, el mercado asiático, Australia y, en consecuencia, del mundo entero.
Se trata la china de una política absolutamente diferente a la del ascenso al mercado mundial de los Estados Unidos reemplazando a inicios del Siglo XX a Inglaterra como la primera potencia, desarrollando las telecomunicaciones y el mercado petrolero, – y ni que hablar del capitalismo inglés reemplazando el atraso de los talleres medievales – pues China penetra en el mercado mundial sin ofrecer un desarrollo social de ningún tipo, al contrario, el gobierno se apoya en su gigante demografía para abaratar no sólo costos de mano de obra sino también de los propios productos, es decir, disminuyendo para el capitalismo mundial el costo de vida del obrero en detrimento de su calidad.
El marxismo no mide el desarrollo de las fuerzas productivas en términos de PBI sino en niveles de progreso histórico y la tecnología china no ha revolucionado ningún aspecto de interés para las grandes masas: la inteligencia artificial que dice impulsar se ha aplicado al control fabril monumental de ejércitos de millones de obreros que producen para las grandes empresas tecnológicas del imperialismo, lo mismo que los vuelos a Marte o la Luna reproducen la búsqueda de minerales raros de la NASA o Space X. En términos ecológicos, ha modificado el clima y hasta la geografía mundial en detrimento de la expectativa de vida. Finalmente, ha sometido a millones de campesinos que habían conquistado sus tierras mediante la revolución a la miseria para transformarlos en mano de obra barata en los centros industriales, y esta es la única razón que explica su sofisticado sistema de transportes. Cuando el imperialismo apunta al capital chino, apunta a la renta que el Estado obtiene del control total de la producción en masa – el plusvalor que aporta la cooperación social. El agotamiento de este aporte debido al auge de los nuevos modos de producción en masa explica por qué razón la burguesía mundial pretende desviar la manufactura mundial hacia la India. El éxodo de empresas hacia nuevos centros de producción es la partida típica de un desagradecido.
Como decíamos, el gobierno chino ha prestado favores enormes al capitalismo en decadencia ofreciendo la mano de obra de su país a la manufactura internacional. Esto hace que hoy, cuando las deudas externas de los países del mundo hacen crujir la estabilidad financiera y productiva, China se ve obligado a recluirse a sí mismo lanzando a su mercado una infinidad de manufacturas antes exportables que ahora el mercado mundial es incapaz de consumir.. La crisis china reproduce de forma esquemática, sin excepciones, las leyes básicas de la sobreproducción capitalista que llevan al retroceso de la vida de las masas.Como hemos dicho más arriba, esta es la base de la guerra comercial con los Estados Unidos.
En reemplazo de una producción incesante que, de frenarse, paralizaría la economía mundial, el gobierno de Xiping ha combinado una política de subsidios con el lanzamiento de bonos emitidos por los bancos del Estado que los sostengan. Lo mismo aplica a su mercado internacional mediante préstamos o, como en el caso argentino, intercambios de monedas –swap. La burbuja especulativa ya no es sólo cuestión de las empresas inmobiliarias sino el eje central de la política del Partido Comunista. Con una deuda que alcanza el 300 por ciento de su PBI, China es una nación en retroceso incluso aunque en su retroceso se pueda plantear la competencia con Europa o EEUU. Esto explica su neutralidad frente a los pisoteos del imperialismo:, frente a la OTAN o frente a Israel en Gaza. China necesita ella misma que el imperialismo disloque la economía mundial, retrotraiga el valor de la mano de obra internacional y penetrar de forma parasitaria en el mercado global. En la supervivencia del régimen social del imperialismo se sostiene la pervivencia de la burocracia gubernamental en el poder.
Si el gobierno chino es un enemigo fundamental del proletariado internacional no lo es por su carácter imperialista, que no lo es, – aunque no ha dudado en someter a sus minorías étnicas al apartheid – sino por su carácter de servilismo a los Estados Unidos y sus gobiernos títeres. Esto explica que le haya sido indistinto a la diplomacia mandarina establecer, volviendo a la Argentina, intercambios financieros con los Kirchner, con Macri o con Milei. Los roces inevitables por el mercado capitalista con los Estados Unidos jamás han superado los límites de la competencia capitalista, si quiera en Panamá, donde es pura “cháchara” de Trump que el gobierno de Xiping pretenda una avanzada política. Se trata de negocios. Lo mismo se replica en Europa o en el resto de Asia. China no choca con Estados Unidos por la supremacía política del mundo; Estados Unidos, en cambio, necesita reventar y monopolizar el mercado parasitario de China como el de cualquier otro mercado independiente. Las etapas de crisis se manifiestan en la superficie de forma contradictoria hasta que se procesa su profundidad.
Son las mismas condiciones históricas de crecimiento económico chino en el marco de la declinación capitalista las que niegan la posibilidad de su emergencia como “nueva potencia mundial”; palabras en que a las revistas les gusta abordar la cuestión. Un programa revolucionario debe desnudar una etapa histórica repleta de fraudes políticos.
c. La guerra en Ucrania en el marco de la decadencia europea.
Que la cuestión europea es central para comprender el desenvolvimiento de la política argentina no debería ser puesto en duda en tanto la Unión Europea cuenta con la mayor cantidad de dinero invertido en el país, fundamentalmente en la industria. Los Países Bajos dominan el mercado alimenticio mediante la firma monopólica de Unilever y son los principales accionistas de la petrolera Shell.
La presencia política de Europa en América Latina puede haberse desdibujado en el último medio Siglo pero como todo espíritu subyace en las sombras. Cuando las sombras se esclarecen se vuelve luz un terreno pantanoso que demuestra el lugar de sumisión de países como el nuestro incluso frente a potencias en retroceso como lo fueron las ventas de armas del gobierno de Menem a Croacia o ahora las volteretas de Milei para primero mostrar, después ocultar y volver a mostrar su apoyo a Zelensky.
El apoyo a la guerra en Ucrania, pero sobre todo a la militarización de la frontera rusa, ha condicionado el proceso político argentino que desencadenó, primero, en el golpe de Estado de Massa asumiendo el gobierno en reemplazo de los Fernández y, meses después, el gobierno de Milei.
Por su parte, el inicio de la guerra en la frontera ruso ucraniana dislocó la política mundial y puso en disputa, sobre todas las cosas, el mercado energético. Pero junto con ello cambió la forma del mercado mundial haciendo, por ejemplo, retroceder al Bitcoin que nunca pudo retomar su cotización inicial. Todos los analistas financieros coinciden en que luego de la guerra los grandes capitales perdieron la expectativa en la emergencia de nuevos grandes mercados de innovación y las inversiones se dispararon hacia el mercado “tradicional”: cosechas, trigo, tierras, petróleo y armamento de guerra mecánico. La expectativa de la nueva realidad social que podía abrir el capitalismo se desvaneció entre misiles.
Cuando son escritas estas palabras asistimos a la tercera semana consecutiva de movilizaciones de millones de personas en las calles de Atenas. La policía griega aduce que se ha visto sobrepasada y los manifestantes han rodeado el parlamento nacional. Las movilizaciones se expanden de Este a Oeste y se replican en las islas del Egeo y el Mediterráneo. Han sido los sindicatos los principales impulsores de lo que se ha transformado en una huelga general sin precedentes. La gota que hizo rebalsar el vaso: un accidente ferroviario por desinversión en el continente que gasta miles de millones para armarse frente a Putín. Este es el esquema básico, elemental – sin vueltas – de la situación europea. Para que se vea con otro ejemplo: el déficit fiscal que Macrón decía necesario revertir mediante la reforma jubilatoria es de la misma cantidad de euros que gastó Francia en enviar armas a Ucrania durante el 2024.
Acaba de caer, por otro lado, el gobierno de Portugal, enredado en estafas relacionadas al juego clandestino. Hemos señalado más arriba la tendencia general de los regímenes a ligarse a la acumulación parasitaria de capital. El derrumbe de la gran Europa responde a las mismas razones. Como en Francia, el derrumbe del frente de gobierno traza un impasse y la apertura a las maniobras que rompan los acuerdos tradicionales de los parlamentos con tintes golpistas como lo hace Macrón que perdió las elecciones del 2024 y bloqueó junto a la derecha el cambio de mando. La parálisis política es el otro factor fundamental de la política europea y su razón de ser es el avance incesante de la guerra. La doble vara – los huevos en las dos canastas – tiene paralizado al gobierno italiano.
Con fin incierto se desenvuelve la crisis política que ha gestado la movilización más grande de la historia de Serbia bajo los mismos conceptos. La crisis serbia es fundamental para observar que caen o se derriban gobiernos a ambos bandos de la grieta bélica que divide Europa – Rusia denunció la movilización de un millón de personas como un golpe de estado. La crisis reconvierte los principios de la guerra en Yugoslavia donde las burguesías nacionales habían podido manejar su orientación.
Con todo, Europa asiste a los preliminares de la guerra global más ardua de la historia – el de la tecnología de destrucción más desarrollada que nunca y la crisis social más aguda en la vida del capital – en condiciones mucho peores de estabilidad y contención social de lo que lo hizo en la Segunda Guerra Mundial. La cuna del renacimiento no pudo renacer después de Hitler. Para imponer su reforma previsional Macrón debió saltearse el parlamento y, por ende, por todas las reformas constitucionales posteriores a 1958. Antes de que llegue el fascismo, la Unión Europea encabeza una contrerrevolución política a escala.
Por su parte, “la crisis del trabajo” es la portada de todos los análisis europeos, no de izquierda, sino de la economía oficial. Si en España rige la desocupación como consecuencia del dominio que han adquirido los contratos temporales de la industria del turismo, en Alemania rige su hermana, la denominada “subcontratación”, el fenómeno laboral que desde Berlín se ha logrado extender hacia el Este.
La incursión de la precarización laboral extenuante en el mercado de la ex Alemania Oriental se trata de la versión germana – sui géneris – de la restauración capitalista, la cuestión que ha dado lugar al desmoronamiento sin retorno de los partidos tradicionales de Alemania. La avanzada general contra la mano de obra se ha manifestado en huelgas sin precedentes en los aeropuertos de Londres, Amsterdam, Berlín o Munich, lo mismo que sucede con las huelgas automotrices en Alemania a partir de las amenazas de quiebra de la Volkswagen. Las elecciones alemanas de este año, el 2025, han tenido como base esta combinación de factores críticos que un programa revolucionario debe abordar como una cuestión conjunta con el desarrollo de la crisis internacional.
Debería resultar sumamente sorprendente para quien mire por sí mismos los elementos que hacen a la crisis industrial alemana. “¿De qué crisis me habla el país que exporta más de dos billones de euros mensuales?” podría preguntarse cualquier trabajador que observa los números germanos. Sin embargo, las estadísticas de la industria han sido el núcleo de “las elecciones más importantes desde 1933”.
El desarrollo de la acumulación capitalista y, por ende, de la política industrial e incluso de su ingeniería deben ser observados en el capitalismo siempre en perspectiva global- si se quiere- comparativa, aunque incluso las comparaciones entre naciones deben ser vistas en el marco cosmopolita. De la misma manera que el atraso alemán en relación a Inglaterra impulsó las primeras dos guerras mundiales porque Alemania pretendió avanzar en la colonización de naciones como no lo había logrado hacer en el Siglo XIX, la historia vuelve a repetirse en la actualidad pues el motor que impulsa la política bélica y armamentística de Alemania es hoy el campo industrial y tecnológico que ha perdido frente a China y Estados Unidos. “Hemos dejado pasar el tren” fue la consigna principal de la campaña de Alternativa para Alemania, el partido con miembros nazis que financió Elon Musk. “Producimos lo mismo que hace cien años” se encuentra escrito una y otra vez en los diarios derechistas.
El retroceso industrial tuvo su hito en la construcción del Nordstream, el gasoducto que traía el gas ruso a Alemania porque convirtió a los germanos en un país energéticamente dependiente de Rusia. La preponderancia de la industria automotriz a combustión vetó el desarrollo alemán de la tecnología nuclear, el desarrollo de microchips o la energía a baterías de litio. En este marco se explica porque el gobierno alemán es el principal impulsor de la duración y expansión de la guerra en Ucrania y la masacre en Medio Oriente pues pretende convertirse, a falta de desarrollo tecnológico, en el proveedor de armas de guerra tradicionales, misiles, pólvora, combustión y batalla cuerpo a cuerpo. Como se ve, no importa la rama de estudio por la que uno se acerque a la cuestión de la guerra, lo que se impone una y otra vez en una acción bélica no de progreso mundial sino de salvavidas del derrumbe final – insistimos – del modo de producción capitalista.
En el caso de la propia Ucrania es imprescindible partir de las mismas premisas porque los levantamientos que se iniciaron en el año 2004 contra los gobiernos prorrusos, lo mismo que contra las intervenciones golpistas de la Unión Europea, intentaron ser dibujados bajo el matiz del antileninismo pero se gestaron, en realidad, bajo los criterios del derrumbe industrial ucraniano, posiblemente, en pocos años, el más grande la historia de una nación capitalista, utilizada por los prestamistas internacionales para transformar a Ucrania en una colonia. Tampoco ofreció ninguna perspectiva de desarrollo el gobierno ruso en las provincias anexadas. Zelensky y la Unión Europea encontraron en la invasión rusa un propósito para convertirse en dirección política, la que ahora se derrumba al ritmo de la muerte de soldados y la negativa del pueblo a combatir.
El caso de Rusia es idéntico. Asalta Ucrania en defensa de la propia subsistencia del régimen burocrático de la oligarquía, en el marco de un retroceso de su moneda y, sobre todo, de sus posiciones internacionales en Afganistán, Siria y África. El impulso de la guerra ha transformado a Putín en un títere de Trump con quien necesita establecer un acuerdo porque carece de perspectivas para vender su petróleo y minerales. Toda la industria petrolera sabe que Estados Unidos ha logrado a partir de la extracción no convencional, la compresión de gas para exportación y las posiciones sobre Noruega y el norte europeo en general en el monopolio indiscutible del comercio exterior de energía. Cuando Biden destruyó el gasoducto con Alemania, ya estaba preparada desde antes el transporte desde los pozos noruegos. La destrucción del gasoducto, la salida de Rusia del sistema de transferencias internacionales – que fue la cuna de la formación de la oligarquía rusa de los noventa mediante giros infinitos de rublos a Nueva York – y el impulso al mercado de armas haciendo que Francia y Alemania superaran su producción, transforman al país eslavo en una nación al borde del colapso y sostenida sobre la base de la represión interna donde abundan los sobornos a la burocracia gubernamental para huir del ejército y el servicio militar.
La guerra no se reduce a un campo geográfico en disputa. La misma hace un efecto dominó alrededor del globo y transforma la guerra por los mercados en guerras por el dominio político, como sucede en varios países de África. Níger se encuentra hoy imbuido en una guerra civil que expresa a su escala la guerra en Ucrania. La fabricación de armamento y la reconciliación de los bloques imperialistas impulsa la guerra en Medio Oriente. Ni Putín ni Xiping han movido un dedo en defensa de Palestina. Rusia ha cedido al avance de Israel, Turquía y Estados Unidos en Siria.
Pero no se trata solo de la sumatoria de campos de batalla lo que resuelve la cuestión de la guerra. La misma hace las veces de traducción del derrumbe capitalista y de la salida que propone la oligarquía imperialista: la conversión de un estado permanente – para seguir utilizando los mismos términos – de un modo de producción de guerra. Esto no significa solamente el giro de la producción a la armamentística sino de la evolución al estado de coacción de guerra, la anulación de los derechos sociales y el desarrollo de la cultura en perspectiva del desplome de las relaciones laborales conquistados por las sucesivas revoluciones, en particular la rusa de 1917, pero también la derrota del nazismo en Stalingrado y las conquistas de los procesos huelguísticos de 1968 que incluyeron el barrido en general de la burocracia stalinista y la derecha europea. Este es el significado histórico de la guerra que un sector de analistas universitarios pretendió delimitar a la lucha por los derechos ucranianos. La agitación incesante del imperialismo contra China y Rusia hace las veces de guerra histórica contra el proletariado y, por ende, contra su organización política independiente, los soviets y el socialismo.
d. La madre de todas las batallas.
Aún en la comprensión de la magnitud del asunto, las deliberaciones internacionales acerca de la masacre en Palestina no han logrado alcanzar la profundidad agitativa y propagandística que requiere y merece la cuestión.
La misma incluso ha sido bastardeada por el progresismo mundial, cuando no, omitida, pero también acompañada. Recordemos que la comunidad sionista argentina dio apoyo explícito no a Milei, sino a Sergio Massa. La izquierda francesa, por nombrar otro caso, bucea permanentemente en lo que ha llamado una campaña internacional contra el antisemitismo para ocultar su apoyo a Netanyahu. La izquierda parlamentarista mundial apoyó a Israel denunciando la acción de Hamás del 7 de octubre de 2023.
En cambio nuestra posición es que en términos de las perspectivas revolucionarias, por primera vez en la historia del imperialismo moderno, más allá de los dudosos ataques del 11 de septiembre de 2001 a Nueva York, el 7 de octubre de 2023, sus sistemas de seguridad se vieron superados en Israel por la voluntad de un ejército asediado, perseguido y que se desarrolla en condiciones de existencia infrahumanas. La incursión de Hamas en Israel abrió la perspectiva internacional de la guerra del proletariado contra el imperialismo. Los revolucionarios del mundo saludamos la actitud del 7 de octubre como la respuesta de un pueblo asediado por los misiles, las bombas y la barbarie. .
Las condiciones de la acción revolucionaria, como todas ellas, se gestaron por la propia crisis y derrumbe del gobierno y el régimen político de Netanyahu en Israel más que por acción de Hamás. El contexto: las movilizaciones de masas más grande en la historia de la región exigiendo la salida de Netanyahu, la conformación como no había pasado en tiempos pasados de organizaciones israelíes de obreros y la fragmentación entre la burguesía imperialista. Las empresas tecnológicas que hemos señalado como protagonistas principales de la etapa política de los Estados Unidos acompañaron las movilizaciones porque vieron en la monopolización de las telecomunicaciones por parte de Netanyahu su propio cementerio.
En un país que pretendía presentarse como europeizante y modernista, Netanyahu intenta imponerse como reconstructor del judaísmo monárquico pre medieval. Representa a una escala más profunda los mismos elementos de la avanzada de Macrón, Scholz, Trump y Milei contra los parlamentos nacionales. Los revolucionarios debemos impulsar, a la vez que el apoyo político, militar, agitativo y propagandístico al pueblo palestino, el desarrollo de la guerra civil en Israel.
La clase obrera de Oriente Medio en general observa los actuales eventos entre el humo de las bombas y el caos de las demoliciones pero no por ello deja de ser el factor eficiente que mueve el amperímetro. La fisonomía del proletariado ha intentado ser reemplazado por diferentes formatos, en el caso palestino, por la Autoridad Palestina, en el caso sirio, por Al Assad. Los mismos eventos de la guerra han esfumado, sin embargo, todos los grises. La amenaza de Trump de convertir la Franja en una zona turística masacrando a dos millones de habitantes explica, antes que nada, el reflujo de la intervención política interna del imperialismo y, por ende, de las bases de su derrota. El holocausto, en el caso del nazismo, anunció el inicio de su decadencia, de su imposibilidad de penetrar políticamente entre las masas.
El avance sobre Palestina demuele, además, la autoridad china y rusa en las cuestiones internacionales de interés para la clase obrera. Putín ha agachado la cabeza frente al avance de Israel. De hecho, ha festejado la incursión israelí como una forma de abrir negociaciones por el reparto del mercado medio oriental, incluso aunque el Leviatán, la reserva petrolera de Palestina, pueda hacer las veces del desmoronamiento final de sus previsiones. China no ha mandado a Palestina un chasquibúm con la excusa de la neutralidad internacional que como hemos explicado más arriba es la forma política retórica que ha adoptado una política de acompañamiento permanente al imperialismo.
En términos humanos, porque es ello lo que mueve al revolucionario, la batalla por la salida de Israel y el imperialismo de Palestina es la batalla política de orden primero. La misma mueve todas las redes de conexión de la situación política internacional, la cuestión de la guerra mundial, de la guerra civil, de los derechos sociales, del fascismo, de las tecnológicas, del petróleo y de la organización revolucionaria. Una victoria en Palestina abriría el campo para la derrota final del fascismo en el mundo entero incluso antes de su desarrollo profundo. Es hoy por hoy la batalla internacional más grande e importante que tiene la clase obrera, en particular, y la civilización, en general.
