diario obrero

Una campaña más caída que Whatsapp

Una campaña más caída que Whatsapp

Category:

By

/

read

A Del Caño le queda grande la Provincia de Buenos Aires, de hecho es una ficción al igual que toda su carrera política. Digo carrera porque imita de forma exacta el marketing electoral de la burguesía en el que los candidatos se crean para ver cuánto miden o para cumplir tal o cual objetivo parlamentario. El cordobés que se fue a Mendoza para una elección más que destacada abandonó Cuyo rápidamente entregándole todos sus votos al jóven Senetiner, quizá, el primer Milei de la década, que con una campaña radicalizada logró escalar posiciones rápidamente en la Ciudad de Mendoza para acabar colocando a la UCR como el monopolio político de la provincia. Después se hizo porteño, en vez de involucrarse en las asambleas populares del vino en la Mendoza que lo había elegido, se aferró a su despacho de diputado de Rivadavia al 1800. El ahora nuevo candidato del Frente de Izquierda carecía de cualquier tipo de formación socialista por lo que recurrió a un Ghost Writter para publicar un libro acerca de la precarización laboral que, obviamente, no vivía en carne propia y, que yo sepa, ningún trabajador precarizado leyó. Esta es ahora su sexta elección consecutiva como candidato y luego de su épico alto porcentaje en la Cordillera (casi 20% de votos en Mendoza 2013) todo han sido retrocesos; en vez de funcionar como el alza moral de la clase obrera del Conurbano en el que es candidato, la sume en el escepticismo; los números, otra vez, lo empiezan a mostrar.

El término «izquierda» no es necesariamente revolucionario, no fue creado por el proletariado ni para el proletariado, es simplemente el lugar que ocupaban los burgueses radicalizados de la asamblea constituyente francesa, la misma que rechazó la libertad de Haití como colonia. Pero el PTS ha hecho de la palabra izquierda un fetiche insoportable, todo es izquierda, su «diario», sus listas, sus slogans, tanto como cuando uno necesita repetirse mentiras a sí mismo para creérselas. En el 2015, el equipo de medios de su portal se vendía a sí mismo como la revolución digital que, obviamente, nunca llegó y que, de hecho, no era tal porque su logro apenas si había sido sacar el 1,4 % nacional que le sirvió para ganarle al 1,3% de la lista de Altamira. La Izquierda Diario no fue ni será ninguna revolución digital simplemente porque nada puede ser revolucionario si es apenas la creación de un grupo de individuos siempre aislados de la deliberación popular, por mejor redactor que sea quien escribe este artículo sería obviamente necio afirmar mis condiciones para derrotar los algoritmos de Facebook. La Izquierda Diario es una revista de foquismo digital: tira piedras – que no son lo mismo que bombas – para llamar la atención pero en casi ocho años de existencia no se ha leído en ella el seguimiento de ningún proceso huelguístico, no ha logrado organizar a partir de sus Slogans ninguna lista opositora a la burocracia sindical ni a la Franja Morada, ha funcionado apenas como el bloqueo para que sean los trabajadores mismos lo que consideren qué es y qué no es de izquierda, esto es, el diario del Chipi Castillo le ha faltado el respeto a la democracia popular.

Los marxistas tenemos el problema de que nunca nos podemos ir de palabras y entonces llega un momento en que nuestros textos se vuelven un tanto tediosos, es que, al fin y al cabo, resulta indispensable indagar en la profundidad política de todos los problemas abordados. La campaña de Del Caño se desarrolla en el que los propios medios burgueses se han animado a denominar el «Petrogrado de la Argentina». La Provincia de Buenos Aires no sólo cuenta con el mayor desarrollo industrial del país sino, sobre todo, con la mayor tradición política anticapitalista, quizá, del Continente. Si se recuerda bien, este debate ya se desarrolló entre la izquierda de los años 2000 cuando el PTS se había transformado en un partido fanático de la recuperación de fábricas y la puesta en pie de cooperativas, vale decir, tardaron varios años luego de las primeras grandes experiencias en Avellaneda para que los petesianos se asumieran como cooperativistas y fue, recién, cuando el gobierno de los Kirchner las avaló como «sectores productivos» y las incorporó al plano del trabajo precario que se desarrollaba en la Argentina. Desde allí que el PTS se ha posicionado por la injerción de las fábricas recuperadas en el mercado simplemente porque fue incapaz de comprender los procesos cooperativos como expresiones de transición, típicas de las etapas de crisis, en las que la clase obrera hace apenas sus primeras experiencias de gestión con la consciencia clara de lo inútil de su trabajo si no se avanza en la socialización completa del sistema industrial, dígase, Donelley fabrica papel en un continente donde el monopolio de las máquinas de impresión pertenecen a Hewlett Packard. El otro punto es que el fetiche de la coordinadora hace las veces de anulador político de los cuadros obreros porque en vez de involucrarlos en las campañas electorales, en la redacción del diario o en la producción de revistas, en cambio, se lo limita a la administración de su propio negocio.

La incapacidad para comprender el argentinazo del 2001 como una etapa del desarrollo de la conciencia hacia la independencia de la clase obrera cada día más alejó al PTS de la vanguardia. La primera etapa fue la de una confrontación faccional entre sus grupos y todo el resto pero el aislamiento también los aisló de los intereses obreros y, lentamente, el grupo minoritario que se presumía como superior a todos los demás fue entregando todas sus posiciones políticas que había conquistado a fuerza de «distinción permanente». Tres paros generales sin que la comisión interna de Mondelez ni si quiera intentase parar su fábrica acabaron en la derrota en las urnas en manos del PCR que ahora se apadrinaba tras un kirchnerismo en absoluto retroceso pero que supo jugar con más claridad que el PTS el juego de ser oposición al macrismo gobernante. Si se mira bien, el PTS directamente desapareció de las universidades, en la UBA no dirige ningún centro de estudiantes más a pesar de haber conquistado varias posiciones a partir de su acercamiento al Partido Obrero luego del 2011. Por supuesto, entre el movimiento masivo que quizá sea el más dinámico del país, el PTS directamente hace agua, ahora que necesita los votos de los piqueteros apenas si se escribe notas sobre Guernica pero, de todas formas, sigue ausente entre la deliberación barrial, no se lo conoce ni en los barrios de Berazategui, ni de La Matanza ni en ninguna asamblea popular, simplemente acusa a los desocupados de estar atados a un sistema punteril, como si toda la clase obrera no estuviera atada durante toda su vida a un sistema político de corrupción que lo obliga a trastocar los rasgos más bondadosos de su personalidad. El PTS no es una secta de ningún sector social, no tiene ninguna naturaleza de clase, no puede representar tampoco a la pequeño burguesía porque al radicalizarse para la tribuna le es incapaz imbuirse entre el flujo de las corrientes sociales.

El PTS considera que estamos frente a un ajuste a la manera clásica, dígase, un recorte parcial del gasto social. Pero no asistimos a un período de ajuste sino a un período de bancarrota, lo que no es lo mismo, porque un ajuste es posible de hacer cuando las tasas de recuperar son menores que el valor que se debe a futuro, en cambio, la Casa Blanca discute desde Washington una especie de nuevo resurgimiento ya no de América sino de todo el sistema capitalista. Si se presta atención se observará con claridad que la tasa de subsidios otorgados durante la pandemia superan con amplitud las recaudaciones de varias décadas posteriores. En proporción poblacional la inversión supera al oro apostado por la burguesía inglesa en la revolución industrial, lo cual para recuperarse requirió de la esclavitud en los talleres de Londres y, lo peor es que el gasto del 2020 no ha tenido como destino las minas de carbón, ni la revolución textil de la lana ni la construcción mundial de ferrocarriles pues en su enorme mayoría ha ido a parar a las acciones del capital financiero que responden a los pooles del monopolio industrial previamente existente. No asistimos a ninguna revolución tecnológica sino a la reacción financiera, inmobiliaria y turística, ya no se trata simplemente de que el desarrollo se ha estancado sino que de que el imperialismo vira definitivamente hacia la destrucción de las fuerzas productivas.

La adaptación del PTS al Estado le ha anulado la posibilidad de poder avizorar la libertad con la que se mueven las fuerzas sociales con independencia de las elecciones parlamentarias. Los supuestos pioneros de a red de medios de izquierda en más países del mundo ha sido totalmente incapaz de utilizar las noticias internacionales para prevenir los eventos locales y la crisis estadounidense simplemente se ha ignorado, no se puede decir ni si quiera que hayan sido bidenistas porque omitieron la campaña electoral y el intento de golpe de estado, lo cual directamente los ha hecho compartir posiciones con los republicanos. La misma semana el PTS y Donald Trump acusaron al método de la cuarentena como una medida medieval y acusaron a sus defensores de nazis. La misma semana el PTS y Netanyahu celebraron que la legislatura argentina considere antisemita cualquier crítica al estado de Israel. En Argentina sucede exactamente lo mismo, cuando correspondía el Frente Único con los kirchneristas que estaban dispuestos a luchar para que se vaya Macri, ellos lo boicotearon, por ejemplo, en la FUBA, pero también en la línea sesenta. El purismo del oportunismo los aleja de todo grupo social.

Finalmente, el PTS ha estado directamente ausente en el riquísimo proceso que se desarrolla en la Provincia de Buenos Aires que ha comenzado a tomar conciencia de la devastación ambiental que han representado años de producción industrial a costos baratos de la misma forma que ha estado ausente en las movilizaciones contra los intendentes del Conurbano contra la propiedad privada de los Countries en ríos y humedales porque su política ecológica no pasa por la expropiación de la propiedad capitalista sino, como la ha demostrado hace unos días marchando junto a la Cámpora y el PRO, por la denominada agenda del «cambio climático» que propone un capitalismo verde, es decir, un giro de la industria hacia materiales de producción menos costosos. En el país de los comedores populares, el PTS hace dos semanas que centra su campaña en el apoyo a la ley de etiquetado que no reducirá los precios de ningún kilo de pan que, de hecho, carece de etiquetas. El PTS piensa que los trabajadores de la provincia necesitan una etiqueta para no comerse el verso de que se han transformado en otra fuerza política más de la casta.

Maxi Laplagne