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Recuperar el fútbol argentino

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La renuncia de Mario Pergollini a la vicepresidencia de Boca ha vuelto a poner en escena aquello que nunca había cesado: el fracaso rotundo de todas las direcciones del fútbol argentino. Por supuesto que ello no se debe a los meros resultados deportivos sino a la orientación social con la que se gestionan los clubes. Los negociados millonarios son la regla y el único destino de todos los proyectos deportivos, incluso aquellas direcciones nacionales que se dicen populares ¿Qué se podía esperar de un «hincha de Boca» que sólo llego al club con el objetivo de «fundar el canal de Boca»?

Desde las inferiores los niños son presos de una competencia incesante en nombre del valor de sus pases pero nunca de su arte futbolístico. Los grandes estadios cobran cuotas cada día más elevadas a sus socios expulsando a la masa obrera de lo que alguna vez fueron sus clubes mientras, todavía más abajo, los equipos del ascenso quiebran unos tras otro traspasando los números rojos a la precarización de sus futbolistas que dejan la vida entrenando todos los días teniendo, además, que irse después a laburar de changarín. Para un jóven que se vió obligado a dejar sus estudios para dedicarse al fútbol jugar en un club del ascenso se hace tan sólo en nombre de su pasión porque los réditos materiales no existen. Y aún así en el ascenso el fútbol se vive con tanto esplendor como en el Coliseo Romano.

Campeón o finalista de todas las últimas Libertadores, también en River de lo único que hablan los diarios es de su crisis financiera. Alario vendido por millones verdes, lo mismo que el Pity Martinez, Nacho Fernández o tantos otros. Los negocios de los clubes ni si quiera acaban en inversiones de infraestuctura sino en los bolsillos de las dirigencias transformadas en dueños o CEOS de los mismos. La relación entre los clubes y los poderes de turno es lo que sostiene los negociados en la oscuridad más turbia del país: Donofrio, por ejemplo, ha sido uno de los primeros vacunados VIP del país junto a Eduardo Duhalde y Verbistsky. Incluso la burocracia sindical de la CGT, pata fundamental del régimen, mete mano en la bolsa verde del deporte más hermoso de todos para transformarlo en un nido de barra bravas o matones a sueldo que se utilizan para desarmar movilizaciones populares. Más duro aún: las denuncias de pedofilia y explotación sexual que estallaron en independiente acabaron por ser denunciadas en clubes de todo el país pero los medios hicieron hasta lo imposible por callarlos. No es novedad hablar de que las propias crisis económicas del capital llevaron a Racing a la quiebra y su entrega a un grupo empresario. En San Lorenzo, Tinelli transformó la vuelta a Boedo en un negociado inmobiliario junto a Lammens y Larreta.

También la selección (o las selecciones nacionales en general, para ser más claros) funcionan como un negocio que convoca jugadores de acuerdo a su cotización o los acuerdos de la AFA y la FIFA con los clubes. La misma administración nacional argentina del fútbol transformó uno de los campeonatos deportivos más competitivos del mundo en un bochorno donde nadie sabe cómo hacer ni para salir campeón. Los derechos televisivos del «fútbol para todos» ahora fueron regalados a Disney, TNT y FOX, es decir, que al trabajador que ya no podía ir a la cancha ahora no se le permite ni ver los partidos por televisión.

Sin embargo, la contracara de los negocios es la magia artística que se despliega todavía hoy en plazas, potreros y canchitas de papi en todo el país. La muerte de Diego, vapuleada por los medios y reprimida por la policía federal en su velorio, ha puesto en escena el germén histórico de la Argentina donde las semillas de la gambeta se expanden por todos los rincones, desde los campos de soja santafesinos hasta los pasillos de la Villa 31 porteña. Millones de niños sueñan con ser como Messi o el pelusa y aunque chocan con la realidad de la desocupación, el hambre y la miseria, aún así, la descosen tirando gambetas sin más premio que el placer que genera a su pierna y a la visión de quien tiene la suerte de observarlos. Desde sus orígenes el fútbol argentino ha sido la expresión del pueblo, de su picardía y hasta de su creatividad cantoril en la tribuna. Luchamos por recuperar la identidad que nos hizo grandes y que deslumbró a nuestros abuelos hasta volverlos enfermos fanáticos de su equipo. Como en todos los aspectos de la sociedad, también para recuperar la magia del fútbol hace falta derrocar al régimen que los transforma en acciones para la bolsa o contratos de ceros infinitos. Los obreros debemos recuperar nuestro fútbol.

1917